En cualquier ámbito de la actividad humana, el empleo de malas artes y, más claramente, de grotescos medios como los que conforman la denominada “guerra sucia”, constituye una deleznable forma de competir para tratar de alcanzar posiciones de influencia y de poder.
En la actividad político-partidista esta aberración asume características espeluznantes, porque obnubilados por ambiciones desmedidas, algunos dirigentes llegan a extremos que rayan prácticamente con la locura.
Cuando se produce a lo interno de las organizaciones suele producir heridas que dejan una estela imborrable, lo que hace un daño considerable a la unidad y fortaleza que deben buscar los partidos, sin suprimir la disensión y el libre juego de las ideas.
En medio de frenéticas confrontaciones, algunos de los actores políticos no se dan cuenta que al recurrir a la “guerra sucia” muestran una debilidad intrínseca, pues este sistema puede interpretarse como una muestra de reconocimiento a la fortaleza en sus contrincantes.
Este nefasto procedimiento debe ser definitivamente erradicado para adecentar el ejercicio político y la credibilidad de los partidos y de sus dirigentes.
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